Bueno, bueno, bueno...
Dobleposteo para no mezclar información ni hacer un post demasiado largo (si desde la parte de moderación no se ve correcto, puedo editar el anterior, me lo comentáis, ok?
).
Volviendo al turrón. A finales de año quedamos en dar una pizca más de información sobre los enanos, sobretodo por nuestro amigo
@Dañé, ya que estuvo meses aguantando en la delgada línea que le separaba de la locura, puesto que argumentaba que no tenía respuestas claras (y mira que nosotros nos
esforzamos por ser claros!
)
Esto precisa una explicación de un par de líneas (no más!
). Hay mucho trasfondo escrito y preparado, y también mucho otro (mucho más) bocetado. Pero, para este caso, un "
nivel boceto" no nos satisfacía, sino que necesitábamos un "
relato", contando con la calidad mínima que nos exigimos. Así que ha llevado un poco más de tiempo, pero, finalmente, aquí está el devenir de lo que se preguntó el Vagabundo, (respondido y votado por vosotros).
No se yo si las "mentes pensantes" que pululan por aquí ubicarán el momento exacto del relato, por tanto el momento en el que tiene lugar el arco del Vagabundo, y, si son finos, sabrán mucho más de él... incluso quién es y con quién está relacionado... (está toda la info ahí!
)
Espero que os guste.
Vagabundo - La tormenta en la Ciudad Blanca
El carromato se detuvo en lo alto de un risco, desde donde tenían una vista inmejorable de la ciudad caída de Taldrim. En la distancia, la blanca muralla parecía que hubiese sido destrozada por un gigante, abriéndola desde dentro.
No obstante, evitando ese detalle dantesco, la ciudad parecía, de algún modo, viva: el humo brotaba de la periferia, junto con las luces de los candiles que se comenzaban a encender y los sonidos de la vida que se había abierto paso... sin importar que ésta perteneciese a maleantes y escoria, los nuevos dueños y señores de Taldrim.
Saber todo eso, aun con la seguridad de la distancia, resultaba intimidante para los viajeros que llegaban por primera vez a Taldrim. Pero no para los dos hombres en el pescante del carromato. Uno de ellos, novato hasta hacía poco del mundo de Endarth, había sufrido un viaje de varias semanas por la parte más vacía de Tyrennor, y ahora sabía lo que era el auténtico terror. Ni en sus peores pesadillas había imaginado las criaturas a las que se había enfrentado en sus últimos combates. Y, lo peor, es que sabía que tanto él como su grupo estaban marcados, por lo que su viaje continuaría siendo una angustia constante, una continua huida de un horror desconocido e implacable.
—Taldrim. La antigua joya de Tyrennor. La Ciudad Blanca. Una de las grandes conquistas del ejército de Mythaland —musitó el anciano.
Jonás se frotó la melena pelirroja y miró a la distancia. Su rostro mostraba grandes ojeras, y estaba encorvado por el cansancio.
—¿Cómo que "conquista"? Querrá decir "pérdida". Una de las mayores pérdidas de Tyrennor, uno de los puntos que hizo tambalearse todo Endarth —dijo con incredulidad.
Pero el anciano no le escuchaba, sino que miraba, meditabundo, a la Ciudad Blanca.
—¿Acampamos aquí, Jonás? —inquirió Erah, asomando la cabeza al lado del guerrero y quedándose boquiabierta al ver la ciudad al fondo.
—No es un buen lugar...
—No lo es, sin duda. Avanzaremos hasta Taldrim y llegaremos al anochecer. Y allí os garantizo la noche de descanso que necesitáis, tanto vosotros como nuestras monturas. Tendremos que ganar fuerzas, ya que, después de la visita a Taldrim, viraremos al sureste, hasta llegar cerca de Fuerte Tesónica.
El guerrero y la alquimista suspiraron casi al unísono. Pero ya tan sólo podían seguir huyendo.
—Esto es una locura, señor —dijo Jonás.
—Para nada, mi gigantesco amigo —sonrió el anciano—. Más tarde que pronto comprenderéis vuestra misión y vuestro peso en el devenir de Endarth. Pero, de momento, esa información está oculta... hasta para mí.
—Nunca nos cuenta nada. Tan sólo peleamos contra esas... criaturas de espanto... y seguimos huyendo —se quejó Erah.
El anciano miró a la muchacha, y asintió. Tenía toda la razón. Había que compartir información para poder continuar... por mucho que fuese innecesario.
—Perfecto, entonces. Mientras bajamos la colina hacia la Ciudad Blanca, os hablaré de un tema, el que elijáis. ¿Qué preferís? ¿Queréis algún tipo de historia sobre los enanos, sus orígenes y sus esclavos? ¿O cómo erigieron la Ciudad Blanca y se escondieron como ratas en el Apocalipsis? ¿O quizá preferís que hablemos del Concilio de Taldrim, donde los mandatarios de todo Endarth se reunieron por primera vez? Preguntadme... y os responderé.
Erah se quedó pensativa, moviendo sus preciosos ojos color miel de lado a lado.
—No sabría decir de momento... ¿no podemos preguntarlo todo?
El anciano sonrió y asintió.
—Por supuesto que sí... pero, entonces, la respuesta será menos profunda que si preguntas tan sólo de una cosa, ¿verdad?
La muchacha volvió a quedarse pensativa, mordiéndose un labio. El anciano la miró y supo que, si en vez de la vida de mercenario hubiese elegido otro tipo de camino, le hubiese sido fácil entrar en la cohorte del algún señor de la guerra del sur. Pero, claro... eso era mucho menos divertido.
—¿Puedo contestarte luego, cuando lleguemos? —dijo al fin.
El anciano asintió.
La caravana tomó una curva y comenzó un suave descenso por la ladera. El frio viento se recrudeció, acompañado por las primeras gotas de lluvia, las cuales no tardaron en embarrar un poco más el camino, haciendo más lento el avance para los caballos. Pero tampoco importaba, no tenían prisa. De hecho, se escuchaba de vez en cuando algún ronquido desde el fondo del carromato, donde Umir y Desario, los vigías, estaban recuperando fuerzas.
—Cuesta imaginar la anterior grandeza de esa ciudad... ahora parece sacada de una pesadilla —reflexionó Erah en voz baja, antes de volver a sus quehaceres dentro del carromato.
A los pocos minutos, un caballo se acercó al trote. Cuando llegó a ellos, rodeó la caravana y se puso a su lado, manteniendo el paso. El jinete se sacudió el jubón negro que le cubría la cara, revelando a Ingord. Parecía animado.
—El camino está despejado de aquí a la ciudad. Las viviendas de los campesinos se acumulan un poco más en el último kilómetro, pero la carretera sigue siendo ancha. Sin embargo, sigue igual de embarrada.
—¿Parecen amenazantes las casas, Ingord?
—En absoluto.
—Entonces llegaremos al anochecer a la ciudad, si no ocurre nada.
—No, no lo haremos. Pararemos antes —sentenció el anciano, con la mirada fija al frente.
Tanto Jonás como Ingord quedaron en silencio, a la espera de un motivo. Pasados unos instantes, el guerrero se giró hacia el anciano. No le gustaba que le discutiesen el liderazgo. Pero un rayo atravesó el cielo y el trueno no tardó en llegar. Por algún motivo, Jonás intuyó que era mejor guardar silencio.
—Debe de haber algún sitio para poder refugiarnos cerca, Ingord —comenzó el anciano con voz átona, sin desviar su mirada de la ciudad—. Haremos noche ahí.
El explorador se mantuvo en silencio unos pocos segundos, y entonces asintió.
—He visto una especie de granero abandonado, a unos diez minutos de aquí, y antes de comenzar la parte más densa. Casi con total seguridad...
—Suficiente. Pararemos ahí —interrumpió el anciano.
Ingord había descubierto durante las últimas semanas que el mundo que había conocido distaba mucho de la violenta realidad. Y lo había vivido de un modo más intenso que el resto de sus compañeros. Había visto lo que era capaz de hacer el anciano, y no pensaba dejar pasar la oportunidad de aprender de él... si sobrevivía lo suficiente. Pero las antiguas costumbres eran difíciles de evitar, por lo que miró a Jonás pidiendo confirmación. El pelirrojo guerrero le asintió levemente, por lo que Ingord azuzó a su caballo y se volvió a lanzar hacia delante, para asegurar la zona.
***
El cobertizo se había utilizado de granero, y era mucho más amplio de lo que parecía desde fuera. Cuando la comitiva llegó, se encontró un buen lugar para pasar la noche, sin contar con que algunos trozos de la pared habían caído, y el frío viento se colaba ululando por ellos. Una búsqueda rápida de los vigías junto con Ingord les permitió recolectar trozos de madera no demasiado húmedos y hacer una hoguera que crepitaba con fuerza. Jonás se encargó de secar y atender a las monturas, mientras Erah preparaba una cena rápida para el grupo. Mientras, el anciano permanecía sentado sobre una roca y miraba la ciudad de Taldrim, azotada por la lluvia, a través de un amplio agujero en la pared.
—No me gusta no saber qué está pasando —dijo Jonás, sentándose a su lado—. Y sé que algo está ocurriendo.
—La verdad es complicada, mi buen amigo —comenzó el anciano, en voz baja y distante, sin apartar sus ojos de la ciudad—. Toda la verdad no es fácil de soportar, puede romperte desde dentro. Y, por otro lado, la verdad piadosa, la que lima las aristas, no es más que una ilusión que no tarda en desvanecerse. Entre ellas existen muchos puntos intermedios. ¿Cuál es el apropiado para este mundo loco que nos rodea? ¿Cuál es el apropiado para... vosotros? Si yo te dijera que entregué todo lo que tenía y que traicioné a mi dueña por obtener conocimiento, ¿sería verdad? Si después te contara que cuando logré mayor poder del que nunca había soñado, lo entregué y me exilié para proteger a una sola persona, ¿te reirías de mí? ¿O me creerías? ¿A mí, el responsable de millares de muertes, siendo general en los dos lados de la batalla? Pero, déjame llegar más lejos... si finalizase la historia con un arrepentimiento abrasador, ya que dicha... persona... fue asesinada por mi ausencia, ¿crees que sería la verdad, o tan sólo mi percepción de los errores que he cometido? Porque nada cambiará lo que he hecho, pero mi destino, mi objetivo, será el colofón a mi existencia. Y esa será mi verdad... aunque tú no la podrías soportar. ¡Diablos, no sé si ni tan siquiera Endarth podría hacerlo!
Las palabras quedaron en el aire, haciendo que Jonás no escuchase más que el frío silencio que dejaban tras de sí. Al poco, el sonido de la lluvia volvió a hacer acto de presencia en su consciencia. Y no supo qué responder.
—¿Cómo pudieron construir esa muralla tan imponente? Parece mejor que la Línea del Juramento —comentó Erah mientras repartía unos cuencos de algún tipo de sopa recalentada—. Siempre pensé que la defensa del norte de Tyrennor era la mejor, pero esto parece... superior a los dibujos que vi del maestro.
El anciano se giró hacia la muchacha y sonrió.
—Eso es una buena historia para que nos acompañe esta noche, sin duda. Porque, mis compañeros de viaje... ¿qué sabéis de los enanos del norte, de esa extraña raza que habita bajo las montañas de Atlius?
El resto de componentes del grupo se sentó alrededor del fuego, y fue tomando la comida que repartía Erah. No tenía sentido mantener un equipo de vigilancia dentro del granero.
—No son guerreros, sino ratas comerciantes. Les puedes dar una paliza fácil, y parecen siempre obsesionados con el tema del oro. ¿Os acordáis de aquellos maleantes que nos asaltaron en invierno? Había un enano entre ellos, y no le vi nada especial.
—Le voló la cabeza al viejo Robbie, Ingrod. Le voló la jodida cabeza de un disparo —dijo Umir.
—Digamos que tuvo suerte. Apuntó con... la cosa esa... y dio la casualidad que la cabeza de Robbie estaba en la trayectoria. Pero no pudo contra mis cuchillos.
El anciano miró a los dos interlocutores, mientras seguían discutiendo. Ingord, el explorador, era pasional. Amaba a Erah, aunque no era correspondido. Al principio había estado en contra de que compartiese camino con ellos, pero ahora sus objetivos habían cambiado y quería aprender. Por otro lado, Umir era uno de los vigías, aunque no lo pareciese: bajo, rechoncho, sin poder ocultar su incipiente calvicie... cualquiera lo hubiese confundido por un comerciante acabado de los tantos que vagaban por Tyrennor. Pero, para su sorpresa, era ágil y ducho en la espada, además de hábil con el arco. Y paciente, muy paciente. Eso le convertía en un vigía excepcional.
Sin embargo, al anciano no le preocupaba ninguno de esos dos componentes. Como tampoco lo hacía Jonás, el guerrero más fuerte de todos, el cual mantenía su rol de líder en el grupo a duras penas, y al cual podía dirigir tan sólo dándole un objetivo honorable... o tergiversando la verdad para que así lo pareciese. Todo lo grande que era, y no dejaba de ser el típico muchacho que había leído demasiado sobre héroes y sabía poco de lo...
pragmático que había que ser para sobrevivir. Aunque, bueno, tenía la esperanza de que terminase aprendiendo. O moriría en el intento.
Para finalizar, quedaba Erah. La cual, por mucho que fuese un pequeño encanto, cumplía su rol en el grupo de pequeña damisela en apuros, además que escondía una innata habilidad tanto con trampas como con pociones.
Ninguno de ellos era preocupante. En cambio, la incertidumbre rodeaba al que restaba: Desario. Mientras los demás hablaban y rememoraban viejas batallitas sobre estúpidos asaltantes (porque se debía ser muy necio, o estar muy desesperado, para intentar sacar algo de provecho del pueblo donde habían vivido), el anciano miró al otro vigía: alto y espigado, con una barba negra descuidada... pero sosegado y calculador, con la mano siempre sobre su arco. Sus miradas se cruzaron, y el anciano sonrió, aunque Desario no correspondió el gesto. Le estaba estudiando. Siempre lo estaba haciendo.
Sí, Desario era un enigma. Y al anciano no le gustaban para nada las piezas que no funcionaban con exactitud. Aunque, por supuesto... no estaba del todo fuera de su control.
—Y tú, ¿qué? ¿Has encontrado a enanos antes, Desario?
La pregunta fue inocente, pero el resto de componentes del grupo se fue callando y se giraron hacia el vigía. El anciano sonrió para sus adentros. Todos habían sido amigos de la infancia, pero no Desario, por mucho que lo intentasen ocultar. De todos modos, el vigía le sonrió, enseñando unos dientes blancos que refulgieron a la luz de la hoguera.
—Sí, los vi en un viaje que realicé desde el pueblo al norte. Había un pequeño asentamiento de enanos, donde se utilizaban máquinas que nunca había visto antes para sacar el agua de la tierra, y calentándola en grandes hornos, utilizar el vapor para mover descomunales engranajes. Con ello preparaban las rocas y las pulían, para luego colocarlas en una suerte de muralla. Su trabajo era calculado y exacto, sin dejar nada a la improvisación.
—Por eso han funcionado tan bien con los humanos —apostilló Umir, soltando un sonoro eructo—. Estas murallas las construyeron ellos, ¿verdad? Si lo hubiesen hecho los humanos, se verían las piedras por todos lados, no serían tan altas... ¡no estarían tan bien hechas!
El anciano mantuvo el gesto contenido mientras se preguntaba cuántas edificaciones militares había visto Umir a lo largo de su vida. Suspiró y tomó la palabra.
—Los enanos realizaron una coalición con los humanos. Pero solo con los de Tyrennor. Grandes grupos de enanos se exiliaron de la roca y vivieron en asentamientos en la parte más norte del río Avlon, antes de llegar a Byzardus. Ellos pusieron el conocimiento y los humanos hicieron lo que mejor saben hacer: darles sensación de valor y estatus. Gracias a eso, terminaron la muralla de Byzardus en un tiempo récord y, con ayuda de los magos, hicieron el segundo paso, el Paso del Mago, que atraviesa el Pantano de Mandora. Incluso edificaron la imponente Torre de Ágamon, la cual se erige orgullosa en el centro del pantano de la muerte —el anciano hizo una pausa para tomar un sorbo de la sopa. Su espíritu de bardo seguía ahí, ya que así aumentaba la expectación—. No obstante, para esta muralla... para la Ciudad Blanca, se trajeron toda la artillería. Aquí quisieron ser reconocidos y, para ello, tuvieron que mostrar a sus aliados de Tyrennor una de sus grandes vergüenzas. Uno de los motivos por los que no entraron en la Guerra del Norte.
Todos quedaron en silencio, esperando las siguientes palabras. Todos menos Desario. El anciano lo supo en su mirada, el vigía sabía de qué iba a hablar, y era tan lógico que le daban ganas de decirles “¿Acaso no lo veis? Los enanos son listos como ratones, pero también pequeños y débiles. ¿Cómo pueden traer las grandes rocas para hacer las murallas? ¿Cómo construyeron los primeros hornos? Necesitaban algo que no tenían: fuerza bruta, simple y llanamente. Necesitaban a los ook”..
—¿Y cuál era esa vergüenza? ¿Por qué no entraron en la guerra? —inquirió Erah.
El anciano se recostó un poco sobre la fría piedra, y miró de nuevo la ciudad, ahora que había caído la noche.
—Los enanos no son afines a la roca, ni tan siquiera les gusta vivir bajo la montaña. Son listos, pero débiles, por eso se fueron moviendo al norte, hasta que encontraron un lugar que les protegía y en el que era fácil preparar trampas para evitar ser cazados. Las primeras épocas de Endarth, antes de los Reinos, no fueron demasiado amables con ellos —las palabras brotaban de la boca del anciano, pero parecía que su mente estaba muy lejos de allí —. Y, en las oscuras profundidades, encontraron a los ook, a los auténticos moradores de las montañas. Pero los ook no estaban organizados, no eran hostiles, no tenían las mismas...
inquietudes que los enanos.
El fuego crepitó con fuerza, pero el anciano extendió una mano y se comenzó a apagar. Su voz brotaba átona, como si estuviese intentando sentir algo a la vez que hablaba. Los mercenarios, con un movimiento instintivo, desenfundaron sus armas. Conocían demasiado bien ese modo errático de comportarse, ya que solía desencadenar un combate.
—Como supondréis, una guerra entre una raza desesperada y otra inocente es rápida. Y, por supuesto, nadie escuchó a los ook, nadie les ayudó. Los enanos los esclavizaron con violencia, y los ook no supieron rebelarse. Cuenta la leyenda que hubo una gran detención, y que centenares de galerías enanas quedaron colapsadas con los cadáveres petrificados de miles de ook... pero los enanos no permiten bajar a sus dominios para constatarlo, por supuesto.
El fuego eran ya unas pocas brasas refulgentes. El anciano cerró el puño, apagándolas del todo.
—Los enanos tenían poder —dijo, para su sorpresa, Desario—. Tenían la tecnología, tenían el polvo negro y tenían a los ook. ¿Por qué abandonaron a Tyrennor? ¿Por qué no hay ninguna historia, ningún combate, ninguna escaramuza escrita donde se mencione a los enanos? Vivían con los humanos, ¡estuvieron aquí durante la guerra!
El anciano se levantó y comenzó a andar hacia la puerta del cobertizo. Cuando llegó a ella, se quedó observando el camino principal por un agujero. Las palabras "ninguna escaramuza escrita" resonaban en su interior. Empezaba a comprender el misterio que era Desario.
—Los enanos son listos y, sobre todo, son supervivientes. Se informó de la Guerra del Norte, del rey elfo loco que quería someter a todos los shamash. Se realizó el Concilio de Taldrim, pero Tibur, rey de los enanos, estaba en las puertas de la muerte. Los grandes errores durante su reinado le hacían soportar gran presión de los Linajes de Piedra, y su hijo, el príncipe Vladim, todavía era inexperto. Pensó tan sólo por él, ni por Endarth ni por su pueblo. Y, ¿qué esperar de una rata traidora?
—Hablas con mucha seguridad de lo que pasó, anciano. —dijo Jonás llegando a su lado, espada y escudo en mano, mientras miraba por otro agujero del granero.
—Si lo hago, ¿verdad? Eso es porque estuve allí, muchacho. Hace más de un siglo de eso, y estuve allí, junto con mi maestro en Endarth. Fue cuando vi al general Asmodio, al líder de Tyrennor, presa del orgullo de mostrar su ciudad a todos los dirigentes del continente. Con la coalición entre humanos y enanos, se veía invencible. ¡No dudó ni un instante en dar paso a las tropas de Damardas por sus tierras, a cambio de unos tributos! Y, aun así, fue lo bastante inteligente como para apartar a Tyrennor de la guerra... aunque luego fuese la guerra la que viniese a su puerta. Por otro lado, cuando vi a los tres emisarios damardianos, rodeados de sus robustos inquisidores, no tuve duda que venían dispuestos a ir a la guerra, y, escuchándoles con atención, supe que su intención no era otra que aprovechar cualquier posibilidad para su propio beneficio. Pero todo eso palideció ante la pasión con la que el rey elfo, Lord Alsuen, pidió el marchar al norte. ¿De verdad esa raza, antaño sabia e inteligente, estaba pidiendo una guerra total en Endarth? ¿Era cierto que el elfo que había abierto las mayores vías de comercio en el continente, el cual estaba considerado entre los suyos como un visionario, insistía en dicho despropósito? Y entonces, ese fue el momento, Jonás. Hubo un instante donde el Concilio necesitó una voz con cordura. El momento de que la raza que siempre había estado escondida hablara, y, por primera vez, fuese importante para Endarth. Y, sin embargo, el rey enano calló y se apartó de ellos. Y no tan sólo eso, sino que traicionó las antiguas alianzas que le unían a los humanos, de un modo cobarde e impropio: sus redes de comunicación dieron las noticias entre los enanos, y estos volvieron apresuradamente a las montañas del norte, olvidando el pueblo con el que habían convivido durante generaciones. De hecho, algunos de ellos dejaron a sus ook atrás, para cuidar sus casas y posesiones, y poder volver si la guerra se ganaba... por mucho que supiesen que era imposible.
—Si hubiesen ayudado...
—¿Se habría ganado la guerra? Casi con toda certeza, no. Todo se perdió desde que el primer elfo puso pie en Amidra. Igual incluso antes, desde que Tecirael encontró el paso y volvió con la Piedra...
El anciano levantó la mano y todos quedaron en silencio. Durante su relato, todos se habían acercado a la puerta y observaban el camino a través de los agujeros de la pared. Y ahí, a la pálida luz de la luna, vieron la extraña marcha, liderada por un encapuchado seguido de medio centenar de "soldados", los cuales se movían de un modo extraño, sufriendo severos espasmos y lanzando pequeños lamentos ahogados.
— Uz Rakkier... el señor de las marionetas... —musitó el anciano.
El encapuchado, en el camino, se detuvo de golpe. Se giró alrededor, como buscando algo con la mirada.
El anciano agarró su bastón con fuerza, el cual se comenzó a iluminar en un leve tono rojizo.
Pero el encapuchado perdió el interés y volvió a marchar hacia Taldrim, seguido de su ejército.
Los mercenarios quedaron en tensión en la puerta durante unos largos minutos. Pasado un rato, volvieron en silencio y se prepararon para descansar durante la noche. Casi una hora más tarde, escucharon los sonidos inconfundibles de un combate a gran escala en la distancia.
***
A la mañana siguiente, conforme atravesaron los altos muros de la Ciudad Blanca, vieron la inconfundible estampa de un campo de batalla, donde se mezclaban los cadáveres de los soldados que habían visto la noche anterior junto con los mercenarios de Taldrim.
Pero el anciano no se detuvo, y les guió hacia el oeste. Fueron bordeando los cuerpos, hasta que llegaron al refugio de un trozo de muralla intacto, donde todavía ardían los cimientos de algún tipo de edificio.
—La taberna “El Gran Oso Pardo” —musitó, como si conociese el lugar.
Saltó del pescante y estuvo indagando entre las víctimas. La escoria de Taldrim habían dado cuenta del ejército atacante la noche anterior, y, además, los supervivientes habían saqueado los cadáveres. Era un sistema de actuar basado en los principios más básicos, pero funcionaba. De hecho, quizá en un par de días, los cuerpos comenzarían a oler y los entonces los quemarían todos en una gran pira.Todo aquel que vivía en Taldrim se acostumbraba a realizar acciones cuando era su momento adecuado.
Mientras el anciano seguía buscando entre los restos, Jonás llegó a su lado.
—Hay muchas cosas que no entiendo de lo que dijiste anoche... pero lo de ahora es preocupante.
—¿Mmm?
—¿Qué estás haciendo? ¿Qué estás buscando entre ellos?
Pero el anciano le ignoró. Se le veía nervioso, como buscando algo... algo que no se podía ver, algo que tenía que sentir. De golpe, se giró hacia un montón de cuerpos, a unos pocos metros de la entrada de la taberna, y corrió hacia allí.
—¡Aquí está! ¡Esto es!
Jonás le alcanzó enseguida. Observó el cadáver de un guerrero tirkahno, atravesado por multitud de flechas, y rodeado por una decena de víctimas de su furia. Un gran espadón de metal yacía quebrado en el suelo, sin valor para los saqueadores. Sin embargo, el anciano daba saltitos alrededor de su hallazgo.
—¿No lo ves, Jonás? ¿No lo sientes? ¡Su alma! Los jodidos interventores se están moviendo, es verdad. Me fié de esa perra de Leelah, pero ahora veo que tiene palabra. Los recuperará... y lo recuperará a él.
Jonás no era el más listo, pero vio la conexión.
—¿A la persona por lo que lo sacrificaste todo? ¿A quién asesinaron?
El anciano sonrió con sinceridad y le miró a los ojos. Jonás no pudo evitar sentir un escalofrío.
—Si y no, mi buen amigo. Él tiene que morir todavía. Y, cuando tenga a los siete, quizá... podamos salvarnos.
***
***
Y bien... ¿qué opináis?
Nos leemos en una semana!!