La Víspera de la Batalla - 2ª parte
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El Pacto: ese era el objetivo para que la visión de su Maestra comenzara y el único motivo por el que Ayla Swanlake lo había perdido todo. Sin embargo, para poder iniciarlo eran necesarios los retornados, el hilo conductor para disponer de una última esperanza para Endarth.
Cuando su Orden había estado activa, había estado compuesta por dos tipos de Interventores: los estratégicos y preventivos por un lado, y los viscerales e impulsivos por el otro. Aunque Ayla siempre se había sentido parte del primer grupo, y eran los que habían dirigido la Orden la mayor parte del tiempo, reconocía que habían sido superados por las circunstancias, y no habían dispuesto de suficiente cintura para afrontar las traiciones internas que habían azotado toda la Orden durante la Caída, antes del Apocalipsis.
Estos pensamientos le provocaban un molesto zumbido en los oídos, acompañado de un terremoto que desataba su corazón en su pecho. Respiró e intentó tranquilizarse, aunque fue en vano, por mucho que se repetía que no había dejado nada a la improvisación. Repasó por enésima vez todo su trabajo, y asintió: había sido minuciosa hasta el extremo. Incluso se había introducido en cada una de las Gemas y había contactado con las almas de los durmientes, intercambiando sentimientos, preparándolos para su vuelta, esperando así evitar ciertas preguntas. Era cierto que no le gustaba lo más mínimo, pero para el buen desarrollo de su cometido, los retornados debían enfocarse en lo importante… y más tarde conocer el resto de la verdad.
No obstante, había demasiado que incluso ella desconocía, aceptó con pesimismo. Las entidades con las que había tratado en las Gemas eran una versión dormida de los héroes que luego despertarían; le incomodaba pensar que, cuando lo hiciesen, no estuviesen completos. Es más, ¿acaso podía asegurar que estarían tan capacitados como lo estaban en vida? ¿O arrastrarían alguna traba? Y si todo lo demás salía bien, ¿cuál sería su poder final, su poder real? No podía saberlo, y, aunque esa incertidumbre le mortificase, daba igual: los eventos ya habían comenzado y ellos tendrían que cumplir su destino o morir en el intento.
Se preparó, mientras la magia recorría, perezosa, el Pabellón de los Héroes. Los cristales que antaño fueron las Gemas del Alma se mantenían flotando en el aire, pero su contenido emergía, etéreo, convirtiéndose en formas que, con lentitud, se iban materializando. Botas, grebas, pantalones, armaduras, bordados, anillos, armas… todas volvían a aparecer en un plano real, al igual que sus portadores: los poderosos defensores de Endarth.
Ayla no pudo evitar sonreír, mientras notaba que los ojos se le humedecían. ¡Por fin! Tras una maldita eternidad aquí estaban, delante de ella, la conclusión de un hito de su misión. Se aclaró la voz.
—Os saludo, poderosos Elegidos. Aquí estáis, en el Pabellón de los Héroes, donde las mayores leyendas han comenzado, el lugar más sagrado para los Interventores; el elegido para iniciar nuestra misión.
Tan sólo obtuvo respuesta en forma de miradas desenfocadas, mientras el silencio del Pabellón engullía sus palabras. Ayla tragó saliva.
—Ya me conocéis, nos hemos encontrado antes. Y por ello sabéis que vuestro destino ya no os pertenece, sino que está trenzado con las profecías de Leelah Swanlake, la mayor interventora jamás conocida. Por ello os he reunido aquí, después de que vuestra vida haya sido arrebatada de modo sangriento.
Silencio huérfano de respuesta de nuevo. Maldita sea, debían reaccionar, ¡tenían que hacerlo! No le valdría para nada muñecos rotos, ¡tenían que despertar los héroes! Ayla dio un paso adelante y levantó los brazos. Su voz tronó.
—¡Vuestro objetivo es detener el Segundo Apocalipsis, aquel que amenaza con destruir Endarth! Sois los elegidos para hacerlo, cada uno de vosotros es una pieza importante e irremplazable para conseguir el éxito.
Hizo un esfuerzo por no mirar al enano.
—¡Y, para ello, ha llegado el momento de formar nuestro Pacto!
Para su alivio, Ayla vio cómo los héroes reaccionaban. Y lo lamentó pocos instantes después.
***
—Entonces, si lo he entendido bien, tan sólo tenemos que viajar por todo Endarth, cerrando todas las Puertas Stygias, para así evitar este Apocalipsis. Y, después de eso, volveremos a la vida y podremos continuar con nuestra tranquila existencia, ¿es así? —inquirió Riavan.
—No entiendo por qué utilizas ese tono, mago —contestó Eren—. Nuestra misión es difícil, pero no imposible. Debemos tener fe en nuestras posibilidades, en el equipo que formaremos, en los motivos por los que hemos sido elegidos.
—¡Oh! ¿En serio eres tan crédulo? Hagamos un pequeño resumen: somos un grupo de desconocidos, al que le piden enfrentarse a una invasión desde otra dimensión, sumando los enemigos comunes que ya tenemos en la nuestra —Riavan iba enumerando, levantando dedos—. Además, debemos ir cerrando místicos portales que matarían a cualquiera que esté cerca (y no seamos nosotros). Dichos portales probablemente estarán escupiendo enemigos, o estarán repletos de ingeniosas trampas de una raza que extinguimos con violencia y que no nos guardará ningún tipo de aprecio. ¿Se me olvida algo?
—Sí. Que mientras hacemos eso estaremos consumiendo el recurso que al final se necesitará para obtener nuestra recompensa: volver a la vida —añadió Aura.
“Maldita sea, esto no va nada bien”, pensó Ayla. Debía reconducir la conversación.
—Estáis errados en este punto —dijo—. Obtendremos magia suficiente de la Vida antes de cerrar la última Puerta, la que está en Amidra, más allá de Atlius, traspasado Mistwall... en la que fue la tierra de los shamash. Si os devolviese a la vida sería imposible que nos acercásemos a las puertas, el éter nos consumiría.
—No me gustan los encargos sin garantías —espetó Aura.
—Tienes todas las garantías posibles, dada la situación. Nos han devuelto la vida, lo cual diría que se puede considerar como un pago. Nuestras almas han sido retenidas antes de desembarcar ante la Diosa de la Luz, Aserath, y han sido devueltas... —aportó Tzadik.
—Oh. La nobleza de Quibar siempre tiene la última palabra, ¿verdad, inquisidora? Sin dudas, sin resquicios, tan sólo marcando una profunda línea que separa el bien del mal. —Aura escupió las palabras.
—No es así, asesina. Cada uno termina obteniendo lo que merece. Si tu camino te aleja de la luz, ni la Diosa podrá traerte de vuelta.
—Lo curioso es que sois precisamente vosotros, las clases altas de Quibar, los que decidís dónde está esa maldita luz.
La inquisidora y la asesina se miraron fijamente, con una animadversión patente.
—Khan sabe que cuando muera se presentará ante el Juicio de Kah...
—¿En serio? —Riavan sonrió de oreja a oreja—. Dime, por favor,
por favor, que es algo en plan combates ceremoniales con mucha bebida y mucha testosterona innecesaria, donde lucháis hasta que os cansáis de sangrar unos sobre otros. Lo veo tan
acorde contigo.
—A Khan no le gusta tu tono, mago.
—Ya eres el segundo que me lo dice. ¡Me encanta este grupo!
—No creo que esto ayude a nadie, Riavan. Eres un hombre inteligente, y sabes que enfrentarnos no nos ayudará a ninguno —interrumpió Eren.
—¡Oh! El hombre de “hagamos equipo”. ¿Sabes qué, soldado? No somos ningún maldito equipo. Somos un puñado de retornados que no tenemos garantías de seguir vivos durante los próximos minutos. Somos carne de cañón a la que le han ofrecido un pacto francamente sospechoso.
Los reproches por las diferencias entre los estratos sociales de Damardas iban subiendo de intensidad entre Aura y Tzadik.
—No todo el mundo nos intenta engañar siempre, Riavan. ¿Nunca has tenido hermanos de batalla? ¿Nunca has luchado mano a mano con gente con la que confiarías tu vida? —Inquirió Eren.
—A mí me apuñalaron por la espalda. Pero lo tuyo fue de frente, ¿no?
Eren dio un paso y clavó su mirada en el mago.
—Nos sigues enfrentando. Pero no tienes poder sobre mí. Sé de qué soy capaz, y sé confiar en los demás.
—Khan tuvo hermanos de batalla. Khan los mató.
El enano rio con fuerza, palmeándose las rodillas.
—Estoy de acuerdo con el bárbaro, por esta vez —dijo Riavan.
—Khan no está de acuerdo contigo.
Ayla chasqueó la lengua. Esto no iba bien, nada bien.
—Eztrok y yo somos un equipo. Pero os entiendo. No nos fiamos de vosotros, y vosotros haríais bien en no fiarse de nosotros —aportó Vyktor, sonriendo.
—
Eztrok. Confía. Retornados. —No, Eztrok. Soy yo el que habla con los desconocidos, ¿recuerdas?
—
Eztrok conoce. Almas en gemas. —¿Qué diablos dices, compañero? ¿Qué has visto de ellos? ¿Te has dado algún golpe?
—Eztrok tiene razón —dijo Selynn, acercándose y apoyando su mano con suavidad sobre el antebrazo del ook, el cual le sonrió—. Sentí su presencia cuando estaba en la gema, su magia de la Naturaleza a través de estas brillantes piedras.
Selynn fue fijando sus ojos dorados en el resto de retornados.
—En los bosques, los cazadores aprendemos a cazar en solitario y también en grupo. Dependiendo del momento y de la necesidad, podemos actuar de un modo u otro. No soy ninguna experta, todavía estaba aprendiendo de mis maestras, pero sí entendí que los elfos estábamos demasiado especializados —Selynn bajó la mirada, incómoda—. Por eso intenté aprender como cazadora, como exploradora y como druida. Para ser más útil a mi poblado.
Ayla se sorprendió. Las calmadas palabras de la elfa habían conseguido capturar la atención del resto del equipo. Selynn prosiguió.
—Nunca he salido de los bosques, y ni sabía ni me importaba qué había más allá. Pero ahora os veo y siento que tenemos posibilidades, porque hay
variedad entre nosotros...
“Vas bien, Selynn”, pensó Ayla.
—¿Acaso dices que somos “variados” por nosotros, elfa? ¿Acaso te parecemos bichos raros? —masculló Vyktor, levantando un dedo ante la cara de sorpresa de la cazadora.
—A Khan no le gustan los elfos. El pueblo de Khan siempre ha luchado contra los elfos, son nuestros enemigos.
“Oh, mierda”, pensó de nuevo Ayla, mientras se pellizcaba el puente de la nariz. Levantó una mano con hastío y utilizó su magia. Todos los elegidos guardaron silencio al instante.
—¿Sois conscientes de la gravedad de la situación? ¿Sois
realmente conscientes? —masculló con amargura—. Las energías que nos envuelven, que nos impulsan, que han vislumbrado una mínima esperanza, cuentan con vosotros. ¿Creéis que sabéis los sacrificios que se han llevado a cabo? ¿Pensáis que no ha habido riesgos para devolveros a la vida? ¿Cuál creéis que es nuestro objetivo, sino salvar nuestro mundo de la ruina?
Ayla se movió, taconeando con fuerza, levantando ecos contra el suelo de mármol. Tenía que confiar en que funcionarían, pero no había nada que le diese la mínima esperanza. Podía conceder que acababan de retornar de la muerte, que aún no tenían consciencia real de la situación, pero la desazón la envolvía. Sin olvidar que tenían que volver a Endarth... y ya no podía esperar más. Tomó aire con rabia.
—No será fácil. ¡Maldita sea, eso lo sabemos todos! Pero no hay otra opción. Vosotros lo sabéis, en vuestro interior: habéis sido elegidos por un motivo. Y, por desgracia, nada de esto funcionará si no actuamos juntos.
Ayla se detuvo, la magia recorriendo su cuerpo con violencia. La duda le atenazaba el corazón, le atravesaba el alma como una flecha de hielo. ¿Serían capaces de comprenderse? ¿Podrían llegar a avanzar juntos? Quizá había que cambiar la aproximación. Y aunque Ayla no se sentía cómoda improvisando, como aquellos a los que había despreciado de su Orden, tampoco sabía qué más hacer. Se giró y señaló a Khan.
—¡Tú!
La voz de la interventora retumbó con tal intensidad que hasta el bárbaro vaciló
—Golpea a quien quieras. ¡Vamos! ¡Descarga tu ira legendaria!
El tirkahno parpadeó dos veces, pero sonrió, mostrando sus colmillos. Cargó hacia delante y lanzó un brutal puñetazo sobre el mago. Pero Riavan había adivinado que iba a ser él el elegido, y ya había lanzado un poderoso rayo, aquel que le había valido para acabar con un par de blindados y herir de muerte a un mago en su Torre.
El puño golpeó con fuerza contra la cabeza del mago. El conjuro atravesó de parte a parte al bárbaro. Y los dos quedaron en el mismo sitio, inmóviles y desconcertados.
—Te agradecería que quitases tu mano de mi cara, bárbaro. De cerca, tu particular olor es todavía más desagradable.
—Khan no ha sentido tu magia. Khan sabe que no eres un buen mago.
—No es eso, por supuesto que no —dijo Ayla mientras se acercaba a los dos retornados—. Esto ocurre porque aquí sois esencia, no pertenecéis al Intersticio. ¡No como lo hago yo, maldita sea!
Ayla apoyó una mano en el pecho de Riavan. Su conjuro explotó con tanta potencia que el mago salió disparado hacia atrás, gritando y envuelto en llamas. Después, la interventora se giró y le dio un puñetazo en el estómago a Khan, partiéndole su robusto cinturón y haciendo que el bárbaro se doblase y cayese de rodillas, mientras pugnaba por respirar.
—¿Fuerza? ¿Magia? No tenéis ninguna de ellas aquí. ¿Queréis volver a disponer de ellas? Por supuesto, sois guerreros, soldados, cazadores o maleantes. Volved a Endarth, honrad el Pacto y seréis libres.
Terminando sus palabras, Ayla chasqueó los dedos con vehemencia. Tanto el mago como el bárbaro se incorporaron sin daños de ningún tipo. Ayla cruzó los brazos sobre su pecho y tan sólo mostró media sonrisa carente de humor bajo su capucha.
—Y ahora, avancemos —dijo.
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El Crisol de Dramo, repleto de energía, se mantuvo flotando en el centro del Pabellón, y Ayla concluyó su explicación.
—Entonces, ¿somos inmortales? —preguntó Tzadik.
—No es lo que ha dicho ella, Tzadik —contestó Aura con desdén.
La Interventora cerró el puño, haciendo que el silencio se extendiese por el Pabellón. Entonces señaló a Selynn, la cazadora, permitiéndole hablar.
—Podremos llevar a cabo nuestra misión, Interventora, estoy segura de ello. Pero necesitaremos tiempo para ello. ¿De cuánto disponemos?
Ayla negó con tristeza.
—Opino lo mismo que la cazadora. Hay demasiadas vidas en juego, podemos hacerlo. O, al menos, debemos intentarlo —añadió Eren.
Ayla se quedó pensativa. Tenía que decidir. Los miró a todos, uno a uno. Los conocía, quizá demasiado bien. Había estado junto a ellos en su momento final, y también había aprendido de ellos en su letargo en las Gemas.
Y, en su corazón, Ayla quería confiar en ellos. No por las palabras de su Maestra, sino por su propia y sincera intuición. Ayla sabía que eran ellos los Elegidos.
Así que decidió.
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Para Selynn las sensaciones se superponían unas con otras: caía libre mientras sentía un frío imposible en su interior y un torrente de luz atravesaba sus ojos. Le acompañaban los susurros de incontables voces olvidadas, los sentimientos de mil momentos, la tranquilidad de la muerte y el bullicio apremiante de la vida.
Y todo terminó en un golpe seco, ardiente en su pecho, como un hachazo inmisericorde.
Selynn se dobló sobre sí misma y cayó de rodillas al suelo. La magia de Madre Naturaleza la envolvió de nuevo, llenando su ser con dolor palpitante, convirtiendo en fuego cada inspiración, en afiladas navajas cada latido. En su desesperación intentó gritar, pero sólo emergió de ella un lejano estertor, mientras sus órganos parecían retorcerse y desgarrarse contra sus huesos, fríos como el hielo. La agonía era ascendente y completa, y las lágrimas brotaban de sus ojos, cayendo por sus mejillas. Sus dedos se hundían en la blanda tierra, garras arañando sin control, mientras su cuerpo renacía de nuevo.
El tiempo pasó con lentitud hasta que el dolor dejó de ser insoportable y comenzó a remitir. Entonces se encontró a sí misma, tumbada y encogida, temblando y débil. No obstante Madre Naturaleza la abrazó de nuevo con ternura y Selynn sintió cómo la energía volvía a su cuerpo, con una potencia como nunca había sentido antes. Su respiración se acompasó, con un gruñido, se irguió, entumecida pero pletórica. Miró en derredor, a sus compañeros. Tan sólo tres más: el bárbaro de Tirkah, la asesina de Quibar y el mago de Ágamon. La Interventora había dicho algo de “hacer una prueba en orden”.
—¿Hemos vuelto? ¿De verdad hemos vuelto a Endarth? —musitó para ella misma.
Ayla había observado todo el proceso desde el Intersticio, a través del Oráculo de Diocono, un gigantesco ojo de metal dorado. Tras ella se mantenían los otros cuatro retornados.
—Así ha sido. Habéis vuelto a vuestra tierra, aunque no de un modo definitivo. —La voz de Ayla resonó en la cabeza de la elfa, tan clara como si estuviese allí mismo—. Volvéis a ser seres completos en nuestra tierra. Pero recordad que las leyes que os atan no son las mismas que antaño.
Para satisfacción de la Interventora, los héroes se fueron acercando los unos a los otros, titubeando, pero buscando seguridad en la compañía. Se iban calmando sus respiraciones, mientras la magia iba llenando los cascarones que antaño habían sido ellos. Por motivos lógicos, quien peor lo estaba pasando era el mago.
—¿Cómo puedo estar vomitando? ¿Cuándo fue la última vez que comí algo, maldita sea? —dijo Riavan, entre arcadas.
En cambio, el bárbaro a su lado parecía recuperado.
—Khan tiene su espada, la que le regaló Bélegor. Pero el arma de Khan cayó lejos de aquí, en una ciudad…
—¡Cierto! —exclamó Selynn con sorpresa —. Mi arco se rompió cuando me… atacaron en el bosque. Pero es éste, estoy segura. Las muescas, los desgastes… ¡esta es mi arma!
Ayla, en el Pabellón de los Héroes, asintió. Las respuestas deberían llegar en orden, y esta era una de las que tenía preparadas.
—En las Gemas no se contuvieron tan sólo vuestras almas, sino todos los elementos que están grabados en vuestro ser. Todo aquello que os ha acompañado durante vuestra vida, y que consta como parte de vosotros mismos. Se han materializado como parte de vuestro cuerpo.
—Eso significa que nuestro cuerpo, nuestro cuerpo real, yace en algún punto de Endarth —afirmó Aura en tono neutro.
Ayla tragó saliva. “Sí, es así. ¿Queréis encontrarlo acaso? ¿Queréis asomaros una vez más a la mortalidad y encontrar vuestros restos?” Pero ocultó el pensamiento en la intimidad de su cabeza.
—Con que sea un recuerdo
exacto de mi escopeta, me vale —musitó Vyktor, en el Pabellón, mientras desmontaba su arma en un incontable número de pequeñas piezas—. Ladrido es Ladrido, y tengo que estar seguro que no he recordado nada mal, no me gustaría perder una mano como el viejo Jerins. ¡Aquello sí que fue una explosión! Dicen que se cerró una galería completa durante un mes… Por cierto, Interventora, aquí estamos seguros ¿verdad? Por realizar unos pocos disparos de calibración contra las columnas, ya me entiendes.
Ayla se pellizcó el puente de la nariz con fuerza. Respiró con lentitud y mantuvo un tono conciliador, aún a costa de gran parte de su paciencia.
—Por favor, Vyktor, no dispares contra nada en el Pabellón de los Héroes.
—Pues no veo el motivo de ser tan cuidadosos. Estamos fuera del espacio y del tiempo, ¿no? Quiero decir que, si disparo, conforme pasen los proyectiles…
—No. Dispares. Contra. Nada. En. El. Maldito. Pabellón.
El enano la miró ofendido, como si le estuviesen prohibiendo un derecho fundamental. Pero fue lo bastante inteligente como para no insistir más. Aun así, se quejó un poco por lo bajo, pero tampoco demasiado.
—Pero están todas las heridas, Interventora… menos la última —susurró Selynn, pasándose la mano por el pecho.
—Así es, cazadora. Encontrarás todas las heridas que os han acompañado durante tiempo, aquellas cicatrices que estaban en vuestro cuerpo y en vuestra alma. Las
últimas no las encontraréis, al igual que ninguna otra que no haya sido importante.
En el Pabellón, Eren se desabrochó parte del guardapolvo y miró dentro de su camisa. Tal y como esperaba, encontró una cicatriz en el centro de su pecho, la marca con la que Caleb le había arrebatado la vida. Asintió. Esa herida era la más importante de su vida, y era un recordatorio de su misión y su objetivo, más allá del Pacto.
En Endarth, la asesina revisaba sus dagas con cautela, y asentía casi imperceptiblemente.
—¿Y nuestros recuerdos, Interventora? —musitó—. ¿Somos realmente nosotros, o nos has manipulado de algún modo?
Ayla parpadeó con incredulidad. ¿De verdad sospechaban de ella hasta tal punto?
—No puedo manipular vuestras mentes, y, aunque pudiese, no valdría para nada. Os necesitábamos a vosotros, así fueron las palabras de mi Maestra…
En el Pabellón, Tzadik sabía que era verdad. Sus recuerdos estaban ahí, hasta el final. Incluso ciertos sentimientos que tenía guardados en lo más oculto de su ser, bloqueados y oscurecidos por su deber. De hecho, no sabía el tiempo que había pasado desde su muerte… o si Sergal seguía vivo.
—Cinco años —dijo Ayla, sin mirarla —. Tan sólo cinco años desde que dejasteis Endarth.
—¿Acaso puedes leer nuestra mente? —preguntó Tzadik en tono cortante. No le gustaba nada que sus secretos hubiesen quedado expuestos.
—No, Tzadik —dijo Ayla con tono conciliador—. Tan sólo siento vuestras dudas o pesares. Estamos conectados, y, del mismo modo, vosotros podréis hacer lo mismo conmigo.
Todos quedaron en silencio, hasta que Riavan lo rompió.
—¿Por qué tan sólo cuatro de nosotros, Interventora?
“Esta será vuestra última pregunta… por ahora”, pensó Ayla.
—Es la cantidad de energía que puede canalizar el Crisol de Dramo. No puedo hacer nada al respecto.
Ayla sintió la incertidumbre en varios de ellos, pero nada procedente de Riavan, que tan sólo estaba mirando a un punto indefinido, pensativo. Y eso fue lo que menos le gustó.
—¿Y serás tú quién elija qué cuatro participarán en cada momento? —continuó el mago.
Ayla tragó saliva. La pregunta era afilada, e implicaba mucho más de lo que parecía, pero no podía evitarla. Bajó la cabeza y fue sincera.
—No. Nuestro camino no está escrito. Debemos afrontar este reto juntos, y desentrañar todos sus misterios. Pero no os puedo dar omnisciencia… puesto que yo tampoco la tengo. No hay garantías, mis compañeros.
El mago levantó la mirada al cielo, y Ayla sintió que la clavaba en ella.
—Así sea —concluyó con sencillez Riavan, encogiéndose de hombros. —Comencemos con esto. ¿Algo más que debamos saber?
Ayla observó a su alrededor, intentando descifrar el ambiente. La cazadora hacía veloces cargas de flechas en su arco, su mano convertida en un borrón. El guerrero blandía su espadón, cortando el viento de la mañana. La asesina repasaba todos sus cuchillos en su armadura con meticulosidad. El mago esperaba, acumulando gran cantidad de magia a su alrededor. El soldado mantenía la mano sobre la empuñadura de su arma, mientras sus ojos mostraban determinación. La inquisidora musitaba plegarias, mientras la magia de la vida manaba de su armadura. El enano había cargado y descargado varias veces su arma y estaba inquieto hasta poder dispararle a algo. Y, por fin, el ook la miraba a ella, sonriendo con calma, transmitiéndole seguridad, cosa que Ayla agradeció.
Todos parecían, aun en las circunstancias actuales, preparados. Habían aceptado el Pacto.
Ayla notó una sensación casi olvidada que le brotaba de su mismo interior. Le desconcertó al principio, pero no pudo evitarla; como un torrente, estalló en una risa incontenible. El sonido emergió sincero y natural, por lo que los retornados no pudieron evitar el acompañarla en menor o mayor medida.
Y Ayla rio y rio, mientras le dolía el pecho, mientras las lágrimas caían por sus mejillas y se desplomaban en el suelo del Pabellón, mientras los recuerdos de un siglo de penurias se difuminaban ante un nuevo amanecer.
El camino había sido largo, pero, al fin, había llegado el momento de comenzar el Pacto de Endarth.
FIN DEL CAPÍTULO La Víspera de la Batalla - 2ª parte
FIN DE ARCO 0: Las Gemas del Alma
COMIENZO DE LA MISIÓN TUTORIAL