"No hagáis caso. No es sino un mero relato, un cuento para asustar a los niños y que no se alejen de sus hogares. Todos sabemos que Endarth es un lugar peligroso, y la leyenda del Vagabundo tan sólo añade un poco más de incertidumbre al ambiente. ¿De verdad creéis que hay un hombre que vaga sin rumbo, perseguido por unas fuerzas oscuras que devoran todo a su paso? ¿De verdad podría existir tal aberración, tal despropósito?"
Warden escuchó las reflexiones del visitante y negó con la cabeza. Taldrim no era el mejor sitio para este tipo de oradores. A la escoria le aburrían los relatos, y le atraía el oro. Así que la pequeña congregación mantenía una mirada evaluadora en el charlatán, repartiéndose con antelación sus escasas riquezas. Pero, bueno... así era Taldrim. Y Warden no pensaba cambiarlo, para nada.
Al día siguiente Warden se asombró al encontrarse a casi todos los parroquianos de la noche anterior dispersos por el exterior de su taberna, con daños más o menos severos. Extrañado, buscó al visitante, pero no lo encontró por ningún sitio. Después de un instante de duda, se dio cuenta que no recordaba su cara, ni su tono de voz...Bueeeenas de nuevo, vagabundos de
Endarth!! ¿Cómo estáis un martes más?
Nosotros estamos genial! Dispuestos a cumplir nuestra cita de cada martes. Vamos a ello!!
Me encanta. Da gusto leeros y que os toméis tan en serio la parte del feedback.
Está claro que cuando estéis en plena campaña, mantener el ritmo actual, será algo casi imposible y las actualizaciones serán algo más espaciadas. No se puede estar en todo. Pero sí que espero que durante la producción, fijaos que ya cuento con que financieis, en la post-campaña, podáis seguir ofreciéndonos estás píldoras que tan bien nos sientan.
Otros proyectos han pecado en ese aspecto y siempre queda un amargor, porque la campaña no haya sido redonda, porque los responsables han pasado del tema de mantener a sus mecenas pegados a la pantalla. No es sólo el resultado final, importantísimo claro está, si no todo el viaje lo que hace grande un proyecto.
Y la verdad que a día de hoy, lo estáis clavando.
Dicho esto, espero recibir pronto mi comisión,.....¿He leído, IA social? A ver, que me pierdo. ¿Hablamos dentro de las mismas misiones?, ¿o de interludios con npc's, rollo asentamiento, que pueden alterar el desarrollo, final, objetivo, de una misión posterior? Imagino que de ser lo segundo, lo primero también mola, las posibilidades se multiplican exponencialmente.
¿Como tenéis pensado resolver esos espacios conversacionales? ¿Pruebas de atributos? ¿O simples selecciones de respuestas, independientes del personaje con el que se actúe?
Harto de jugar.
Saludos ,
@totustustousPues, como todo, iremos yendo por partes, ya que tocas varios temas importantes.
1.- Gracias por tu reconocimiento sobre nuestro trabajo.
2.- Durante la campaña será difícil mantener el ritmo, la verdad. Pero redoblaremos esfuerzos y lo intentaremos, al menos. Y, cuando financiemos (ya que nosotros también contamos con ello, jejeje
), tendremos que seguir dando la brasa e informando de cada avance. Llevamos ya mucho camino juntos, y creemos que hay que hacer las cosas bien de principio a fin.
3.- Somos jugadores de juegos de mesa, y mecenas convencidos, por lo que hemos seguido multitud de campañas y entendemos, como bien dices, que puede ser que el viaje no sea todo lo satisfactorio posible... cosa que haremos que no os ocurra con nosotros. Nos conocemos desde hace algo más de un año, y seguimos pidiéndoos vuestra "evaluación continua".
4.- ¿Comisión? ¿Paypal, visa, bizum... o una nevera con órganos sobrantes?
5.- Sobre la IA social, estamos haciendo algo muy interesante, que, además de aumentar enormemente la rejugabilidad de toda la campaña, aumenta la incertidumbre. Puede ser que entres varias veces al mismo bar, pero la gente no esté dispuesta a ayudarte siempre igual, dependiendo de muchos factores. Como estamos trabajando en ello, conforme tengamos esa parte "enseñable" os daremos un baño con la matemática se utilizamos... y hasta ahí puedo leer!...
Gracias por estar ahí. Nos leemos!
No sé si ya se ha comentado.
¿Habrá modo online para jugar con otra gente? En caso afirmativo, ¿Cómo será la interacción con las otras personas? Me refiero a nivel audiovisual.
Se le saluda,
@Sr. Kiwi Sí, por supuesto. Se podrá jugar con cualquier combinación posible. Cuatro amigos en cuatro casas, cada uno con su
Dybo,.. tres amigos en el mismo
Dybo y uno en su casa (con otro
Dybo).
Tenemos varias opciones para el tema de comunicación entre los jugadores, aunque es una fase temprana de ese aspecto, y evaluaremos que no merme la calidad del juego. Aunque, hoy en día las conferencias funcionan de mil tipos distintos con mucha calidad. De todos modos, te informaremos cuando tengamos algo sólido!
Gracias!
Dudo que no aprovechen el cacharro para ofrecer multijugador online (incluso que haya 3 en una casa y 1 en otra, 2 y 2, etc). A mi es una de las cosas que más me llaman. Lo mismo el Covid es parte de su estrategia de marketing xD
Enviado desde mi Mi 9T mediante Tapatalk
Saludos de nuevo,
@AlbertoGMSimple y llanamente, lo has clavado!
(menos lo del maldito Covid, que no tiene nada que ver con nosotros).
Tenemos muchos planes para cuando se acabe esta desagradable situación, y la mayoría en terreno nacional. Así que, ¡estad atentos! ¡Necesitaremos testeadores! (O jugadores sin más...)
Suena muy bien lo de interacción social. Me recuerda a las distintas opciones según tus atributos y el personaje. Ahora le estoy dando caña al Wasteland 3 y es así, lo cual le da profundidad y pensar muy bien con que personajes vas.
A ver si os marcais un baldur's en juego de mesa y sentáis cátedra. Al final, el tema de Dybo debe venir al sector para aportar frescura y nuevas cosas, porque a nivel analógico, es todo lo mismo una y otra vez.
Las misiones serán variadas? me explico, no solo de entrar y matar a todos los bichos. Hay exploración? investigación? la historia es importante y puede que hayan fases que hasta consigas evitar luchar?
Creo que se dijo que habrían más personajes, cuando sabremos algo sobre los nuevos personajes?
Seguid así!
No fallas una actualización! Bienvenido de nuevo,
@tropoli!!
Sobre la interacción social, como hemos dicho atrás (y volveremos al tema más adelante) tenemos preparada una actualización donde os daremos bastante información al respecto. ¡Corred, insensatos!
Baldur's Gate es, para muchos de nosotros, la cúspide de estos juegos. Estamos seguros que vamos a aportar frescura y novedades a este mundo de los juegos de mesa, por mucho que no olvidemos que el universo "analógico" ha evolucionado sin parar y lo sigue haciendo. Creemos que
Dybo puede estar al lado de otros juegos en la estantería. ¿Por qué no?
Las misiones serán variadas, efectivamente. Influirán muchos factores, y será una
experiencia en la cual los jugadores sabrán que se enfrentan a una situación única e inesperada. ¿Un solo modo de solventarlas? Puede que si, o puede que no. El mundo de
Endarth está en un momento convulso, y una decisión equivocada puede tener consecuencias devastadoras, no lo dudes...
¿Nuevos personajes? ¿En qué os basáis, oh grandes señores, de que habrá nuevos personajes?
¿No os resulta suficiente con nuestros aguerridos héroes, con nuestro sensual mago oscuro, con nuestros amigables robustos y los enemigos que faltan?
¿Qué echáis en falta? ¡Pedid!
(A la escuadra de ballesteros. Atentos para disparar a cualquiera que levante la voz. Tirad a matar).Buenas e intempestivas noches, compañeros de foro,
AlbertoGM, Totus y alguno más no van muy desencaminados, ¡qué bonito es dejar volar la imaginación... pero más bonito cuando encuentras tus ideas reflejadas en la realidad! pero no cuento más, estad atentos porque MistWall Studio va a seguir adelantando información por aquí ;-)
Sobre el sistema de Interacción Social, sólo me daré el pequeño placer de comentar que le dediqué mucho tiempo a desarrollar la base sobre la que después hemos seguido trabajando Juanma y yo, por lo que la siento como un hijo jeje y que, sencillamente, no es posible replicar tantos detalles en un sistema soportado por componentes tradicionales, hace falta algo más complejo para poder soportar una IA así... pero ya me estoy excediendo, creo que he hablado más de la cuenta y- qué es eso? parece como si el aire en mitad de mi dormitorio estuviera siendo rasgado por una afilada hoja que desprendiese cenizas candentes... algo... algo sale de-aggghhhh!
Por favor, circulen. Los cuarenta y siete navajazos que ha recibido
@Fran Scythe nada tienen que ver con un intento desesperado para que no revelase secretos, de verdad...
Francamente, el sistema de interacción social es una pequeña joya...
Cuenta, cuenta, no nos dejes así
Lo sentimos,
@Kouji kanuto, pero Fran ha partido a un sitio del que tardará en volver...
Y, hasta aquí, tenemos todo lo referente a vuestras preguntas y cuestiones. Ahora vamos a "soltar" lo que tocaba hoy... a ver, a ver...
¡Cierto! El relato que faltaba de nuestros héroes!!
Riavan - El bastión del odio
Ayla seguía ensimismada en sus pensamientos, mientras subía la escalera de caracol cargando el pesado grimorio.
Recordó que apenas había utilizado la pequeña habitación superior de su cabaña. Si bien alguna vez había intentado dormir, e incluso lo había conseguido, poco a poco había perdido la costumbre; al igual que no había comido desde que llegó a su prisión (lo cual, de cierto modo, era una bendición, ya que todavía no se atrevía a abrir la puerta de la despensa, pero ya se centraría en eso luego). Volviendo a su hilo de pensamientos... ¿cuánto hacía que no subía al dormitorio de la cabaña, en la planta superior? ¿Una década o medio siglo? Qué más daba.
Para su nueva misión, lo importante era la altura: aunque no estaba muy por encima de la planta baja, marcaba una pequeña diferencia. Los cuatro ventanales, cada uno apuntando en una dirección, eran la mejor posición para observar los alrededores desde la seguridad de la cabaña. Ayla se sentía como una necia por haber supuesto que todo su entorno era inmutable. El tiempo no corría para ella, pero el intersticio seguía siendo un punto de paso entre Endarth y Mythaland. Ahora reconocía ese dato como importante... y peligroso.
Llegó arriba y suspiró. La parte buena es que tenía un plan y, por mucho que no confiara demasiado en él, era lo único que podía hacer hasta la siguiente llamada. Clasificó de un primer vistazo las cuatro ventanas. Comenzaría por las menos interesantes y dejaría para el final las que tuviesen más posibilidades, mientras leía el grimorio. Asintió, arrastró una vieja mecedora y se sentó mirando hacia el oeste, donde tan sólo se veía el manto del bosque, tupido y continuo, engullido al final por la densa niebla. Como cabría esperar, apenas podía ver nada revelador, pero, aun así, estuvo largo rato mirando con atención.
Una vez que consideró que había sido suficiente, se giró hacia el sur, donde el bosque también ocupaba toda su visión; aunque, en este caso, Ayla sabía que el mar estaba a unos pocos kilómetros, por mucho que no lo pudiese ver, ya que la altura de la cabaña era insuficiente. Se mantuvo de nuevo observando, reteniendo cada pequeño detalle en su memoria, hasta que la visión de cada árbol, de cada hoja inamovible, de cada reflejo, quedó impresa en su mente. Su mentora siempre la había llamado “metódica”, con ese deje que utilizaba cuando una virtud era excesiva. No le importaba si era metódica o sistemática en exceso, no sabía hacer las cosas de otro modo, y no era el momento de cambiar ahora.
Volviendo a arrastrar la mecedora, se sentó frente a la ventana que apuntaba al este. Esta visión era una de las interesantes: los árboles eran más bajos y terminaban dando paso a un gran prado, envuelto en la niebla eterna. Mantuvo su concentración y volvió a fijarse en cada detalle, en cada brizna de información. Una vez estuvo satisfecha, abrió el grimorio y comenzó a leer. De vez en cuando levantaba la vista y volvía a revisar todos los puntos, los cuales seguían sin presentar cambios. Cada vez miraba menos por la ventana, aunque su oído estaba atento.
Se concentró en la escasa información existente los Exiliados: la poderosa fuerza de once elegidos, once seres únicos, bendecidos por la magia, enviados desde Mythaland para preparar la Gran Venganza. Reflexionó sobre este detalle. Los khela eran físicos, brutales y poderosos, pero el éter no fluía a través de ellos, sino que los repelía con fuerza, desconectándolos de su propia tierra, de su propia dimensión. ¿Por qué había prosperado esa raza maldita, enfocada únicamente para la guerra? ¿Cómo no había sido destruida por sí misma, teniéndolo todo en contra? Ayla no tenía la respuesta. Pero sabía que, por mucho que fueran sus enemigos y la causa de todos sus males, la situación de los khela la entristecía. Ellos eran los enemigos naturales de todas las especies. Eran los malditos, los apestados... y, aun así, eran más de lo que parecían. Ayla sabía que no buscaban esa guerra definitiva en Endarth tan sólo por el placer de derramar sangre, sino por escapar de algo más, de un destino amenazador... de lo cual no tenía datos. Suspiró mientras pasaba más páginas del manido grimorio. Los motivos estaban ahí, pero eran un puzzle incompleto y algunas piezas no terminaban de encajar. Las puertas stygias eran clave, pero no sería fácil...
Un sonido apenas perceptible la sobresaltó. El libro cayó al suelo y Ayla se dirigió hacia la última ventana, la del norte, la cual abrió de par en par. La había reservado para el final, ya que era el paisaje más desolado, donde los árboles se abrían en una cañada que cruzaba un riachuelo, lleno de rocas y grava, que desaparecía como todos los demás, en la niebla. Sus ojos buscaron con frenesí mientras sentía un helado terror descendiendo por su estómago. Hasta que, soltando un respingo, lo encontró.
Dentro de la niebla... había sombras en movimiento. Esporádicas, pero reales.
Por instinto, Ayla concentró toda su magia con violencia, y se preparó para confrontarse a aquello. No importaba lo que hubiese ahí afuera, lo destruiría. No había estado presa durante una eternidad para ahora sentirse amenazada. Absorbió el maná del entorno y lo catalizó con decisión. La energía la envolvió, el grimorio salió despedido, al igual que la mecedora, que se hizo astillas contra la pared de atrás. Levantó la mano y apuntó a las sombras, dispuesta a hacer desaparecer la cañada de la existencia.
Fue entonces cuando comenzó a escuchar la lluvia. El cielo se oscureció a gran velocidad, mientras la llamada la transportaba lejos de allí. Ayla gritó. No era el momento, maldita sea. Intentó zafarse y volver al combate que no había iniciado, pero fue en vano. La llamada la vació de magia en un instante, y la interventora se vio de pie en una gran biblioteca, prácticamente a oscuras, con la tormenta rugiendo contra una gigantesca cristalera y un fuego crepitando al lado de una mesa vacía.
– ¿Quién eres? – inquirió una voz desde las sombras.
***
Las botas encima de la mesa. El penúltimo acto de rebeldía de Riavan Blackwell, el guardián de la Torre de Ágamon, el prodigio de la magia... y el mago al cual el máximo exponente de la Orden de los Arcanos, la Triada de Magos, se oponía de un modo total.
Arrebujado en su capa, jugueteaba con la carta en su mano derecha. Parecía calmado, pero nada más lejos de la realidad. Su mente trabajaba a toda velocidad, repasando el escaso texto de la misiva, el cual había memorizado en la primera lectura.
Señor R. El trigo de su campo está listo para ser cosechado. Le espero para discutir el precio cuanto antes.
Nadie le llamaba “Señor R” salvo Arthur Whitewood, amigo íntimo de su maestro y anterior Gran Maestre de la Orden de los Arcanos. Cerró los ojos. Riavan recordó al viejo mago, poderoso e inteligente, pero también severo y exigente con él. La memoria le llevó a las reuniones de la antigua Triada, compuesta por los tres Grandes Maestres, los más poderosos en ese momento: Arthur Whitewood, un
purgador; Eudora Corbin, una
tormenta; y Eliah Argent, su maestro, un
plaga.
Arrugó la carta y la lanzó al fuego, donde la observó arder.
Los tres Grandes Maestres habían elegido innumerables veces la Torre de Ágamon para sus asambleas, y, por tanto, Riavan siempre había estado en ellas. Siendo huérfano, había sido adoptado por la Orden y había demostrado tener un prometedor futuro. Debido a ello, desde que tenía uso de razón había asistido, como invitado circunstancial, al comité de los magos que dirigían la orden más poderosa de todo Endarth. Allí había aprendido los mecanismos internos de gestión, las amenazas y las soluciones, siempre pragmáticas, que se daban entre los magos; sin contar que también había sido el escenario perfecto para mostrar sus amplios progresos en la senda de la magia.
Riavan recordaba la severidad y lejanía de Arthur en contraposición de la siempre cálida y maternal Eudora, la cual le había recompensado con abrazos y revolviéndole el pelo, incluso cuando ya había sido lo bastante mayor para que eso le incomodara.
Sonrió con cierta tristeza. Poco a poco, esas reuniones se habían ido espaciando en el tiempo y todo había ido cambiando. Arthur había caído enfermo, Eudora se había centrado en sus estudios, aunque les había visitado alguna vez a título personal, e incluso se había quedado varios días. Por otro lado, su maestro había invertido toda su energía en los grimorios más peligrosos de la Torre de Ágamon, eso sí, sin dejar de instruirle en ningún momento.
Llegado el momento, habían renunciado de su puesto de Grandes Maestres, eligiendo los tres a Riavan como uno de los sustitutos para la siguiente Triada. Pero el resto de votos de los “grandes magos”, aun aceptando que no podían controlar más de dos escuelas mágicas, mientras Riavan controlaba cuatro, lo habían dejado de lado.
Ante dicha decisión, Riavan no se había sorprendido. Era típico de esos estirados, porque ¿qué esperar de unos hombres que visten con túnicas con hilo de oro y llevan bastones como si fuesen lanzas de fuego? Eso sin contar con que, para parecer mago, también parecía que había que estar peleado contra cualquier tipo de afeitado. Riavan suspiró. Menos mal que su maestro no había sido así. Chasqueó la lengua con desagrado, bajó las botas de la mesa y cogió la copa de cristal, donde le dio un sorbo al excelente vino. Se incorporó y recompuso el elegante traje que llevaba.
La clase y el estilo no están reñidos con la estrategia y el poder, siempre había dicho su maestro, y Riavan comulgaba con dichas palabras. Se podía ser un caballero y vestir como tal, aunque se dispusiese de un elevado poder mágico. Lo de ser un zarrapastroso era opcional.
Se ciñó los guantes de fina piel y se acercó al inmenso ventanal de la biblioteca de la Torre de Ágamon, donde la lluvia golpeaba con fuerza.
Intranquilidad. Esa era la palabra. Riavan la llevaba sintiendo ya hacía bastante tiempo. Debido a eso y a sus incontables horas de estudio y práctica, había ido cambiando su ciclo de sueño. Ahora notaba que funcionaba mejor en la tranquilidad de la noche que durante la luz del día. Desde la desaparición de su maestro, hacía ahora un par de años, se había enfocado en un único objetivo: acumular poder, sin importar la fuente, la nobleza o la prohibición que pesara sobre el mismo. Para ello había devorado toda la información que había sido capaz, y había avanzado en su conocimiento mágico con auténticos pasos de gigante. Y resultaba que ahora podría estar a la espera de un asaltante que significaría su muerte, según Arthur.
–Espero que ese adversario misterioso esté preparado, Arthur. Espero que sepa que se enfrenta al mago más poderoso que habéis tenido en vuestra maldita Orden, y que no dudará en acabar con su vida –dijo Riavan, mientras brindaba al aire. –Y espero que ese montón de puercos que llamas ahora superiores estén atentos. Cuando me mueva, temerán por su vida. Me temerán por no haberse preocupado lo suficiente por la desaparición de mi maestro, además de enviarme tres aprendices para limitar mis movimientos, con la excusa de que “la Torre de Ágamon tiene que tener un guardián”. No podrán evitarme.
Eran unas serpientes traidoras, sí, pero, por otro lado, eran taimados. Y desde su posición, Riavan no tenía contactos para diferenciar al amigo del enemigo. Tomó un buen trago del vino. Hacía ya unos días que se sentía preparado para partir, pero la carta le hacía dudar. ¿Esperar al asaltante o abandonar la Torre de Ágamon y visitar a Arthur y a Eudora? Tan sólo podía confiar en ellos.
Se giró al ventanal y su mirada vagó por la cancela del muro exterior, mientras la lluvia recrudecía su ataque y los rayos rasgaban la noche de vez en cuando. Después miró el ancho puente de piedra del Paso del Mago, y, a partir de ahí, la oscuridad del siempre amenazante Pantano de Mandora. Incluso sintió una pequeña punzada de empatía por la luz de un guarda que estaba realizando su ronda habitual por el adarve, y que estaría empapado hasta los huesos.
De repente, sintió una fuerza mágica, una proyección a su espalda. Se giró y se mantuvo al amparo de las sombras, haciendo acopio de maná. Notó una presencia de gran poder, pero no de un modo desafiante ni peligroso, por mucho que no pudiese ver al conjurador.
– ¿Quién eres? – inquirió.
La presencia siguió ahí, pero Riavan no obtuvo respuesta.
– No tengo tiempo para que empecemos a comunicarnos escribiendo en papeles, o moviendo cosas por la sala. Si me quieres decir algo, búscate un modo en el que te pueda comprender. Si no es así... bueno... mientras no te considere una amenaza, no purgaré tu energía.
Se acercó la copa a los labios, pero se detuvo a mitad del movimiento. Notó cómo la cúpula de la Torre de Ágamon temblaba, y otra descarga de energía mágica, pura y violenta, le golpeaba como un martillo. Apretó tanto la copa que estalló en su mano enguantada.
– Lo siento, presencia misteriosa, pero ahora tengo otro problema que requiere toda mi atención. No revuelvas cosas y vete cuando creas oportuno.
Riavan se ciñó los guantes. Ya no había dudas, el segador había llegado a su torre. Con media sonrisa, sintió pena por él. Llegó a la escalera de la biblioteca y comenzó a subir a la parte más elevada de su bastión sin demasiada prisa, mientras su cuerpo iba emitiendo un leve brillo azulado.
Él era Riavan Blackwell. El guardián de la Torre de Ágamon. Y tendría que explicárselo detalladamente a alguien.
Pasó la planta de los dormitorios de los aprendices y encaró el último tramo que llevaba a los aposentos de su Maestro, dispuestos en la cúpula de la Torre. Conforme llegó a las imponentes puertas dobles de madera noble, notó una energía casi palpable que emanaba desde el otro lado. Cerró los puños y se preparó durante un instante. No había entrado en aquella habitación desde hacía años y todavía le resultaba doloroso.
Se ciñó los guantes una vez más. Apretando los dientes, empujó los pesados portones y los franqueó con decisión. La amplia sala, totalmente enmoquetada, tenía todos los candelabros encendidos. Sus seis impresionantes columnas redondas de obsidiana negra, que llegaban hasta el techo, reflejaban las titilantes llamas. Las paredes estaban repletas de estanterías, donde descansaban centenares de libros, impregnando la sala con su penetrante aroma. Al otro extremo, justo debajo de un ventanal que ahora se encontraba abierto de par en par, había un gran escritorio de maderas nobles. Y un sillón. Donde su maestro le había enseñado los secretos místicos durante años.
Los papeles, que habían quedado tal cual los había dejado el día que desapareció, habían volado de la mesa, y estaban desperdigados por el suelo. Pero eso no era para nada relevante, sino la figura apoyada en la mesa. De cuerpo pequeño, envuelta en una túnica totalmente blanca, y con la capucha echada. Donde tan sólo se veía una cuidada barba canosa y el brillo de una mirada penetrante.
– Buenas noches, caballero –dijo Riavan. – De haber sabido que pensaba realizar una visita esta noche, le hubiésemos preparado algo. Como, por ejemplo, un disparo de ballesta en el estómago. Es el procedimiento estándar con los intrusos.
– Riavan Blackwell – contestó el hombre, con voz áspera. – Es más joven de lo que me esperaba. Su antecesor, Lord Eliah Argent, me ha contado interminables historias sobre sus proezas. El mejor alumno que he tenido nunca, suele decir. Y le doy la razón. Noto una gran energía mágica en usted.
Riavan no iba a dejar que jugaran con él. La elección de la sala no había sido fortuita. El nombrar a su maestro tampoco, al igual que el deliberado tiempo verbal, para alimentar la pregunta de si estaba vivo. O dónde estaba. Pero Riavan estaba preparado: había pulido sus técnicas rompiendo todas las prohibiciones. Y ahora el momento de ponerse a prueba. Ese hombre era el enemigo. El segador.
– Pero, ¿Dónde están mis modales? – continuó el visitante. – Permítame que me presente. Soy Boethel, hechicero de la Orden de la Serpiente. Y, por designios de nuestro Gran Maestre, me presento ante usted, Guardián de la Torre de Ágamon, para pedirle humildemente un favor. Disculpe el modo, pero no puede haber testigos de mi visita, ya que mis asuntos son de máxima privacidad.
– ¿Cuento yo como testigo, lord Boethel? ¿Y sus secuaces?
– Oh, por favor, lord Blackwell. Estos hombres tan sólo me acompañan como mi guardia personal. Son totalmente fieles a la Orden y sus métodos.
De detrás de las columnas más alejadas aparecieron dos guerreros. Riavan los observó. Armadura de placas completa, brillante y pulida, yelmos calados, guanteletes y botas blindadas. Ni un centímetro de piel a la vista.
– ¿Está seguro que son “hombres”, lord Boethel?
– ¿Qué otra cosa podrían ser? –Contestó el interpelado, encogiéndose de hombros.
– No lo sé, lord Boethel. Por eso le pregunto – Riavan extendió las manos teatralmente hacia ellos. – Uno: los veo aquí arriba, en la cúpula de una torre de sesenta metros, y supongo que han entrado por la ventana. Dos: cargan una pesada armadura completa de metal, que dificulta los movimientos naturales, y, por extensión, la escalada. Tres: están mojados por la lluvia, pero no veo ni una pizca de barro en las botas.
– ¿Y cuál es su conclusión?
– No lo tengo claro todavía, porque me surgen más preguntas. Por ejemplo, ¿cómo? ¿por qué?... y, sobre todo… ¿cuánto?
–¿Cuánto...? –Hubo una mínima vacilación en la voz de Boethel. Riavan sabía que esa pregunta le había puesto en guardia. Pero ya era tarde para él.
– Sí, lord Boethel. ¿Cuánto tiempo me llevará freíros a todos?
La energía chisporroteó por la sala. Largas lenguas de energía surgieron de Riavan, golpeando erráticamente en suelo, como látigos. Quemaron la moqueta, convirtieron libros en cenizas, arrancaron trozos de obsidiana de las columnas. Pero eso tan sólo era la parte residual del hechizo. Un grueso chorro de energía brotó de las manos extendidas del mago, de un intenso color azul, y golpeó a los pies del primer guardaespaldas, haciéndole gritar en un tono nada humano. La energía saltó en cadena al otro, que se convulsionó con fuerza, mientras el olor a carne quemada saturaba el ambiente. Boethel gritó con las manos extendidas hacia delante, mientras el campo de defensa que había generado repelía a duras penas el ataque del mago.
Riavan iba a acabar con un único conjuro, pero aunando todo su poder y su inmenso odio. Siseó por el esfuerzo, pero aumentó la intensidad del rayo, que pasó del azul al blanco puro. Los gritos de los guardaespadas cesaron, mientras el metal se comenzaba a combar y fundir. Boethel chillaba mientras el escudo se despedazaba poco a poco y la carne de sus manos se deshacía, mostrando sus huesos humeantes.
Riavan cerró los puños y el conjuro terminó. La habitación quedó en silencio. Tan sólo se escuchaba el crepitar de los libros y la moqueta, el siseo del metal de las armaduras al enfriarse y el tenue gemido de Boethel, doblado sobre sus brazos destrozados.
– Cinco segundos, creo, ¿puede ser? – jadeó con esfuerzo Riavan. Los conjuros previos de “Lanzamiento rápido”, “Sobrecarga” y “Protección básica contra energía”, que había ejecutado antes de entrar en la sala, se habían agotado también. Su reserva de maná estaba al límite.
–¡Estás loco! ¡Soy un emisario! –chilló Boethel.
– No, lord Boethel. Eres un intruso. Nadie entra a mi torre sin mi permiso. Nadie profana el despacho de mi maestro – Riavan extendió un brazo con esfuerzo, y abrió mano. Pequeños hilos de color fuego comenzaron a recorrer sus dedos, y se arremolinaron en la palma de su mano.
–¡El Guardián de la Torre es necesario! –exclamó Boethel, presa del dolor. - ¡El Gran Plan así lo reclama!
– No sirvo a ningún señor, estúpido.
–¡Nunca ha sido nuestra intención que fueses tú el Guardián! –bramó Boethel. Su cuerpo se retorcía, mientras comenzaba a brotar un extraño miasma negro.
–¡Cuidado! Riavan escuchó la advertencia a su lado, en la voz de una mujer. Y después un chasquido húmedo. El mago miró hacia abajo y vio la punta de una daga que salía de su pecho, por donde la sangre comenzaba a brotar lentamente, empapando de rojo su camisa blanca. La magia se desvaneció de su mano.
– Ya te lo habíamos quitado todo. ¡Todo! Tan sólo teníamos que eliminarte, para que alguien más... receptivo... siguiese en tu cargo. Pero se tenía que hacer correctamente. La Torre de Ágamon no puede sufrir cambios… de momento. ¡Estás muerto! ¿Lo entiendes? – la voz desequilibrada de Boethel iba cambiando, convirtiéndose en un siseo oscuro. Riavan intentó enfocar la vista en él, mientras veía como cambiaba, como su cuerpo empezaba a mutar en algo grotesco.
Pero todo terminó en un instante. Una gigantesca bola de fuego impactó en el pecho de la mutación que antaño era Boethel con tanta violencia que le hizo salir disparado hacia atrás. Gritando en un idioma extraño, atravesó la ventana abierta envuelto en llamas, y quedó, durante un instante, suspendido en el aire, intentando agarrarse a la tormenta con sus brazos calcinados. Antes de caer a plomo torre abajo.
– También puede valer que hayamos sufrido un asalto. Será más creíble para la Orden y los sirvientes. Otra desaparición sería demasiado sospechosa. –Dijo una voz calmada tras Riavan.
El mago se giró, pero las fuerzas le fallaron. Cayó sentado al suelo. Y vio a Abel, su primer discípulo, el mayor de ellos. El que le había acuchillado por la espalda. Y que tenía otra daga desenvainada en la mano.
– Llevamos meses planeando esto, maestro. Y ha salido mejor de lo que esperaba. Te has vaciado contra ellos como un necio. Ha sido magnífico. Os habéis destruido el uno al otro. Y yo ya no le tengo que serviros ni a ti ni a él, ahora soy el auténtico guardián de la Torre. ¿No te parece inteligente? ¿Sabes lo mucho que he tenido que meditar cada uno de mis movimientos? Y, al final, os he superado a todos. Porque ahora todo me pertenece.
Riavan clavó los ojos en su alumno, pero no pudo contestar. Notaba el sabor metálico de la sangre en la boca, y sabía que su vida se acababa. La carta de Arthur había sido imprecisa: el segador no iba a venir a la Torre, sino que llevaba viviendo allí años. Riavan vio los ojos de su aprendiz: por primera vez se percató del brillo al fondo de los mismos, la malicia concentrada que ya no necesitaba ser escondida. Había estado tan pendiente en su propia preparación que no había visto a su alrededor, y, sin duda alguna, había perdido a Abel desde hacía mucho.
– ¿Por qué, te preguntarás? El plan ha sido exquisito, y hemos llevado la mayor cautela para... – comenzó a decir Abel, con una amplia sonrisa.
“¿Hasta en este momento buscas mi aprobación, Abel? No eres un elegido para la magia, y nunca lo serás. Tan sólo eres una serpiente venenosa, incapaz de alcanzar los retos que siempre te he puesto. Eres la definición de decepción. Tan sólo me has podido derrotar por la espalda, como los cobardes. Pero no te saldrá gratis. Te lo juro”. Riavan aunó sus últimas energías y levantó con rapidez la mano, apuntando con el índice a su antiguo alumno. De su dedo brotó una fina línea de fuego que golpeó la frente de Abel, avanzó hacia arriba dejando un profundo surco de carne quemada. El grito de Abel fue intenso, y Riavan sonrió, mientras la sangre caía por la comisura de su boca. Un golpe doloroso, incapaz de matar, pero suficiente como para dejarle una marca de por vida.
Abel se rehízo del ataque y, sin dejar de gritar, lanzó un tajo con su daga. La mano cercenada de Riavan cayó al suelo.
– ¡Ha llegado tu hora! ¡Yo me encargaré ahora de la Torre! –aulló. –Y te garantizo que muchas cosas cambiarán. Voy a destruir cualquier cosa que me recuerde a ti. O a tu maestro. No va a quedar ningún legado tuyo.
Pero Riavan no le escuchaba. Vio, justo al lado, una figura de una mujer encapuchada. La presencia no-amenazadora de la biblioteca. Formó una única palabras con la boca, aunque no la pudo pronunciar.
–¿Me estás ignorando? –Vociferó Abel, fuera de sí. Y le clavó la daga en la garganta.
***
Ayla se quedó quieta, mientras la llamada terminaba y volvía a su cabaña. Ejecutó los movimientos para capturar la esencia del mago, y unos instantes más tarde una piedra del alma se iluminó en un azul verdoso.
Se abrían varios caminos ante ella. Y sabía que tenía que dar cuenta de todos ellos. Pero se notaba emocional, y no pensaba con claridad. Había visto caer a un exiliado, la barrera entre el Intersticio y Endarth se estaba debilitando. Además, quizá debido a todo lo anterior, el mago la había podido ver un instante antes de morir...
Negó con la cabeza y se dejó llevar, por una vez, por las emociones: ella sabía lo que era que le traicionaran. Había vivido la caída de su propia Orden por gente como este tal Abel, y eso le hacía hervir la sangre. Con los puños apretados, recordó la última palabra del mago.
“Véngame.”
–Pierde cuidado, Riavan Blackwell –dijo Ayla mientras la energía se acumulaba a su alrededor y abría la puerta para investigar la parte norte de su cabaña. –Lo harás tú mismo.
***
Y aquí finalizamos este relato. ¿Qué opináis al respecto?
Pero, para que la experiencia sea completa, como viene siendo costumbre, os adjuntamos una ilustración de
Juanca Ortega.
¿Qué os parece?
Recordad que podéis leer todos los relatos juntos, o disfrutar de sus imágenes aquí:
https://endarth.com/blog/?lang=esY, como todo lo bueno, esto se acaba... por hoy, con un gran relato y una ilustración brutal... pero, la semana que viene tendréis:
- Más trasfondo por las respuestas.
- Un nuevo villano, mucho más peligroso de lo que os imagináis.
- Una ilustración
rejected de un villano actual, que no aparecerá en ninguna red social, tan sólo en
Darkstone- Y la contestación a todas las preguntas! (o, bueno, a casi todas!
)
Así que, aquí seguimos. Gracias por acompañarnos y ¡nos vemos en un rato!
